El cuidado de nuestro cuerpo

No puede un cuerpo pecaminoso, en absoluto, ser morada del Espíritu Santo, pues no hay nada en común entre la luz y las tinieblas (Cf. 2 Corintios 6:16).

Así como una mente sana evita contaminarse psicológicamente, nuestro cuerpo debe apartarse del pecado para ser templo de Dios. Entregar nuestro cuerpo a la mundanidad equivale a destruir el templo de Dios; quien obre así, será castigado por Él (Cf. 1 Corintios 3:16-17).  

II. La naturaleza del Espíritu Santo 

Son varias las definiciones o descripciones que la Biblia nos suministra acerca del Espíritu Santo. Una de ellas explica la naturaleza del Espíritu Santo como algo que nos es dado por Dios; es, por lo tanto, un don.

En Gálatas, por ejemplo, Pablo pregunta si el Espíritu Santo no es dado por el oír con fe o por las obras de la ley. Pero presupone que la fuente de la que proviene el Espíritu Santo es única y exclusivamente Dios (Cf. Gálatas 3:5). Con base en esto, cuando guardamos la ley de Jehová, el Espíritu Santo mora en nuestro cuerpo como un don.  

También en el Nuevo Testamento se nos dice que el Espíritu Santo es aquel que hizo posible la resurrección de Jesús. Esto quiere decir que gracias al Espíritu Santo la profecía de la resurrección del Mesías se cumpliría por completo.

Pablo resalta este punto sosteniendo que la obra del Mesías, anunciada en el Salmo 2, se había materializado en Jesús (Cf. Hechos 13: 33).  El Espíritu Santo es, entonces, promesa de vida y palabra viva de Jehová. De este modo, decir que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo es decir que en nosotros vive la promesa del Señor. 

Pero no solo significa que esa promesa vive en nuestro interior, sino que, también, ha sido cumplida. Además, como promesa de vida, es un símbolo de nuestra salvación, de nuestro camino hacia la vida eterna.  

Conclusión

Hacemos de nuestro cuerpo un templo del Espíritu Santo en la medida en que llevemos una vida recta ante Dios. Conducir nuestras vidas por la senda del pecado es negar a nuestro cuerpo la oportunidad de recibir la presencia del Espíritu Santo.

Pero una vez dirigimos nuestros pensamientos y obras de acuerdo a la ley de Dios, seremos dignos de recibir su espíritu. En otras palabras, seremos bendecidos con el don de su presencia y su promesa de vida en nuestro interior.

Por lo tanto, cuidar nuestro cuerpo es, a través de una vida santa, abrirle las puertas de nuestro interior al espíritu de Dios. 

© Julio Torres. Todos los derechos reservados.

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