Aristarco pudo haberse quedado en Jerusalén o regresar a su casa, pero está con Pablo. Él no había hecho nada, pues era Pablo quien seguía con su visión de llegar a Roma, y Aristarco no se separa. La definición hecha por Pablo respecto a este discípulo es “mi compañero de prisiones”.
Pablo no estaba en un hotel; no llegó a Roma como un hombre libre. Él fue llevado allí como un prisionero de guerra, pues eso es lo que traduce el término “compañero de prisiones”.
¿Estaría usted dispuesto a acompañar a alguien a la cárcel no habiendo hecho nada? Es más, ¿estaría usted dispuesto a que le cortaran la cabeza por estar al lado de alguien solo por fidelidad?
Puesto esto pasó con Aristarco. Una tradición también dice que él fue decapitado por Nerón. He aquí el testimonio de un discípulo asombroso. Un discípulo se define por su fidelidad. ¿Qué tan fiel realmente somos?
CONCLUSIÓN:
La fidelidad de Aristarco lo llevó a morir por el evangelio. No es muy común ese tipo de fidelidad en este tiempo. No somos tan fieles cuando las cosas están normales, menos cuando viene la tempestad. ¿Sabe usted lo que significa ser fiel al Señor hasta la muerte de acuerdo con lo exigido a los hermanos de Esmirna en Apocalipsis 2:10?
El ejemplo de Policarpo nos enseña esto. Era un anciano de casi 100 años, discípulo de Juan el apóstol, quien fue condenado a morir en la hoguera por no negar a Cristo, y porque no adoró al César.
Cuando hicieron la hoguera donde moriría se le permitió decir sus palabras finales, y esto fue su confesión: “Ochenta y seis años le he servido a Él, y Él nunca me ha hecho daño: ¿cómo, entonces, yo podré blasfemar a mi Rey y Salvador?”.
Al hablar ante el procónsul romano quien lo había sentenciado, le dijo: “Tu me amenazas con fuego que quema por una hora, y luego al poco tiempo se extingue, pero eres ignorante del fuego del juicio por venir, y del castigo eterno, reservado para los impíos”.
Entonces lo desafió, preguntándole: “¿Pero porqué te retrasas? Trae lo que desees, enciende el fuego”, y siguió su oración: “Señor Dios soberano te doy gracias, porque me has tenido por digno de este momento, para que, junto a tus mártires, yo pueda tener parte en la copa de Cristo. Por ello te bendigo y te glorifico. Amén”.
Se dice que encendieron la hoguera y él no se quemaba, entonces los soldados arremetieron contra él y lo clavaron a la estada donde estaba atado. Hay una demanda por esta fidelidad en este tiempo. ¿Qué tal es la nuestra?
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