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Entrada triunfal

En la predica cristiana de hoy, reflexionaremos sobre la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Hoy exploraremos el significado espiritual y cultural de este evento, así como las diversas reacciones de la multitud presente. Desafiaremos nuestra propia respuesta a Jesús y nos inspiraremos mutuamente para proclamar su amor y su verdad en un mundo que tanto lo necesita.

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Predicas Cristianas Predica de Hoy: Entrada triunfal: El triunfo silencioso

Predica Cristiana Texto Bíblico: Lucas 19:28-40

Introducción:

Iniciemos leyendo Lucas 19:28-40, esto me lleva a Imaginar el bullicio de una ciudad en plena ebullición, con sus calles repletas de gente que se agolpa expectante, esperando la llegada de alguien especial. En medio de este fervor, surge un murmullo que se convierte en un clamor unánime: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”.

Este es el escenario que nos presenta el Evangelio de Lucas. Donde, vemos a Jesús, el Hijo de Dios, entrando a Jerusalén montado en un humilde burro, rodeado por una multitud que lo recibe con ramos de palma y exclamaciones de júbilo. Es un momento de triunfo, pero también de profunda significación espiritual.

Para comprender plenamente el significado de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, es crucial sumergirnos en el contexto y la cultura de aquel tiempo. En el mundo judío del primer siglo, la ciudad de Jerusalén estaba impregnada de una profunda expectativa mesiánica. Durante siglos, el pueblo de Israel había anhelado la venida de un liberador, un Rey que restauraría el reino de David y traería la salvación definitiva.

En este trasfondo de expectativa, la entrada de Jesús a Jerusalén adquiere un significado aún más profundo. Jesús, al montar en un burro, cumplía una profecía del Antiguo Testamento que lo identificaba como el Mesías esperado (Zacarías 9:9). Pero su elección de un burro, un animal asociado con la humildad y la paz, también transmitía un mensaje contracultural en un mundo dominado por la opresión y la violencia.

La reacción de la multitud, que lo aclamaba con ramos de palma y cánticos de alabanza, reflejaba su esperanza de que Jesús fuera el Rey prometido que liberaría a Israel del dominio romano. Sin embargo, la comprensión de Jesús sobre su papel mesiánico iba mucho más allá de las expectativas terrenales. Su reino no era de este mundo, y su misión era traer la salvación espiritual y la reconciliación con Dios para toda la humanidad.

En este contexto cultural y espiritualmente cargado, la entrada de Jesús a Jerusalén se convierte en un punto crucial en la narrativa del Evangelio, marcando el comienzo de la semana que cambiaría para siempre el curso de la historia humana.

1. LA PROMESA CUMPLIDA

¡Querida familia, qué privilegio es estar aquí hoy para explorar juntos el cumplimiento de la promesa de Dios en la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén!

Imagina el escenario de Jerusalén, una ciudad vibrante y llena de expectativa, se prepara para recibir al Mesías prometido. Durante siglos, los profetas del Antiguo Testamento han hablado de este día, prediciendo la llegada de un Rey que traería salvación y redención al pueblo de Dios. Y ahora, en este momento crucial de la historia, es cuando vemos la plena realización de esas profecías.

Jesús, el Hijo de Dios, entra a Jerusalén montado en un humilde burro, cumpliendo la profecía de Zacarías 9:9 que proclamaba: “¡Alégrate mucho, hija de Sion! ¡Da gritos de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí tu Rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno”. Esta imagen contrastaba fuertemente con las expectativas terrenales de un rey guerrero montado en un caballo, pero demostraba la humildad y el propósito divino de Jesús como el Mesías prometido.

Y la multitud, reconoció y celebró este momento como la llegada del Rey prometido. Agitaban ramos de palma y clamaban: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mateo 21:9). Su alegría y su fervor eran evidentes, porque finalmente veían cumplidas las promesas de Dios ante sus propios ojos.

Amados hermanos, en este día, no solo recordamos un evento histórico, sino que celebramos la fidelidad y el poder de Dios para cumplir sus promesas. Jesús, al entrar a Jerusalén de esta manera, estableció claramente su papel mesiánico como el Salvador esperado, el Rey de reyes y Señor de señores.

Esta verdad debe resonar en nuestros corazones hoy y nos motiva a seguir a Jesús con devoción y gratitud por todo lo que ha hecho por nosotros. Que reconozcamos su reinado en nuestras vidas y lo celebremos con la misma pasión y alegría que la multitud en Jerusalén hace tanto tiempo.

Que el nombre de Jesús sea exaltado y glorificado en todo lo que hacemos, y que nuestra adoración y nuestro servicio sean un testimonio vivo de su amor y su poder transformador. Amén…

2. Entrada triunfal: LA REACCIÓN DE LA MULTITUD

Hermanos, al reflexionar sobre la respuesta de la multitud que presenció la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Imaginen estar allí, entre la muchedumbre, sintiendo la emoción y la expectación palpable en el aire.

Algunos de nosotros, como aquellos en la multitud, podríamos haber sentido una alegría indescriptible al ver a Jesús entrar montado en un burro, cumpliendo las profecías y demostrando su poder mesiánico. Nuestros corazones se llenarían de alabanza y gratitud al reconocerlo como el Salvador prometido, aquel que trae esperanza y redención.

Sin embargo, otros en la multitud podrían haber experimentado una sensación de incredulidad o confusión. Tal vez se preguntaron quién era este hombre que desafiaba las expectativas y las normas sociales montando un burro en lugar de un caballo de guerra. ¿Cómo podía ser él el Mesías esperado cuando no cumplía con sus expectativas terrenales de poder y conquista?

Estas diversas reacciones dentro de la multitud no son diferentes de las que encontramos en nuestra propia vida hoy en día. Algunos de nosotros respondemos con alegría y adoración al reconocer a Jesús como nuestro Señor y Salvador, entregándonos completamente a su amor y liderazgo. Otros pueden sentir dudas o confusión, luchando por reconciliar la fe con las realidades de la vida cotidiana.

Revisando nuevamente la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, no podemos evitar notar la variedad de respuestas que surgieron entre la multitud que lo recibió. Algunos levantaron sus voces en alabanza y celebración, mientras que otros observaban con incredulidad y confusión.

Me imagino a aquellos que, inundados por la esperanza y la fe, agitaban sus ramas de palma y clamaban “¡Hosanna al Hijo de David!”. Sus corazones rebosaban de gozo al reconocer a Jesús como el Mesías prometido, el Rey que traería salvación y redención.

Pero también puedo ver a aquellos que, quizás desilusionados por las expectativas no cumplidas, miraban con escepticismo y desconcierto. Para ellos, la imagen de Jesús montado en un humilde burro desafiaba sus ideas preconcebidas sobre el Mesías, generando preguntas y dudas sobre su identidad y propósito.

Y así, queridos hermanos y hermanas, estas respuestas encontradas en la multitud reflejan las diversas formas en que las personas aún hoy responden a la presencia y el mensaje de Jesús en sus vidas.

Algunos encuentran en él motivo de esperanza y alegría, entregándose completamente a su amor y gracia. Otros, sin embargo, luchan por reconciliar su fe con las realidades del mundo que los rodea, enfrentando la incredulidad y la confusión.

Pero independientemente de nuestra reacción inicial, es fundamental recordar que Jesús está siempre presente, extendiendo su mano de amor y perdón hacia nosotros. Él nos invita a acercarnos a él con corazones abiertos, dispuestos a recibir su verdad y su gracia transformadora. lo importante es cómo continuamos respondiendo a la presencia y el mensaje de Jesús en nuestras vidas. ¿Seguimos buscando su rostro con fervor y dedicación, o nos dejamos llevar por la incredulidad y la confusión?

Esto debe motivarnos a buscar a Jesús con sinceridad y humildad, permitiendo que su luz ilumine nuestros corazones y guíe nuestros pasos en el camino de la fe. Y que, al hacerlo, podamos ser portadores de su amor y esperanza a un mundo que tanto lo necesita.

3. LA PARADOJA DE LAS PIEDRAS

Hoy al reflexionar sobre la extravagancia de la expresión dada sobre las piedras en el contexto de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, es imperativo o urgente analizar cual es nuestra postura frente a este momento el día de hoy.

Imaginen por un momento el silencio abrumador que caería sobre la tierra si las voces humanas dejaran de proclamar la gloria de Dios. En ese silencio, ¿Qué podríamos escuchar? La respuesta se encuentra en las piedras que conforman la misma creación divina.

Sí, queridos hermanos, las piedras podrían representar la creación misma testificando sobre la gloria de Dios si los humanos callan. Cada roca, cada montaña, cada árbol y cada río son testigos silenciosos de la majestuosidad y el poder del Creador. Desde el amanecer hasta el anochecer, la naturaleza proclama su grandeza a través de su belleza y su orden perfecto.

Imaginemos, por un momento, las piedras que conforman los edificios y estructuras de nuestras ciudades. Estas piedras, talladas por manos humanas, podrían ser utilizadas como símbolos de poder y autoridad por aquellos en posiciones políticas y de influencia. En tiempos de crisis y conflicto, estas piedras podrían ser testigos mudos de la corrupción y el egoísmo que prevalecen en el corazón de la sociedad.

Asimismo, consideremos las piedras que representan las personas inconversas, políticos, artistas mundanos, el mundo financiero y empresarial. Aquellas personas que buscan su propia gloria y acumulan riquezas pueden y son ahora utilizadas como piedras, y muchos son testigos silenciosos de la injusticia y la desigualdad que existen en nuestro mundo, donde la ganancia personal se prioriza sobre las necesidades de los menos privilegiados.

Sin embargo, aquí está la rareza, que a pesar de haber experimentado la gracia y el perdón de Cristo, a menudo guardamos silencio y no compartimos su amor con otros. Nos mantenemos callados ante la necesidad espiritual que nos rodea, permitiendo que las piedras hablen en nuestro lugar.

¿Por qué, hermanos y hermanas, permitimos que las piedras nos sustituyan como testigos vivos del amor y la redención de Cristo? ¿Acaso olvidamos el mandato de nuestro Señor de ir y hacer discípulos de todas las naciones, compartiendo las buenas nuevas del Evangelio con valentía y compasión?

Es hora de despertar de nuestro desmayo espiritual y levantar nuestras voces en alabanza y testimonio del amor salvador de Jesús. No permitamos que las piedras hablen en nuestro lugar, sino que seamos nosotros quienes proclamemos con fervor la verdad transformadora del Evangelio a un mundo necesitado.

Recordemos las palabras de Jesús en Lucas 19:40: “Les digo que, si ellos se callan, las piedras clamarán”. Si nosotros, como seguidores de Cristo, no proclamamos su amor y su verdad en medio de la oscuridad y la confusión, entonces las piedras, ya sea en forma de estructuras religiosa,  políticas o desde cualquier trinchera, las piedras físicas y humanas pueden ser utilizadas para resaltar nuestra negligencia y nuestra falta de compromiso con el Reino de Dios.

Que el Espíritu Santo nos dé valor y ​​compromiso para ser fieles testigos de Cristo en todas las áreas de nuestra vida, para que podamos cumplir con nuestro propósito divino de glorificar a Dios y hacer discípulos en su nombre. Que nuestras palabras y acciones resuenen con la misma fuerza que las piedras testifican en silencio, proclamando la grandeza y el amor de nuestro Señor a todos los que nos rodean. Amén.

CONCLUSIÓN:

Al contemplar la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén y reflexionar sobre la extravagancia del enunciado de las piedras, nos enfrentamos a un desafío crucial en nuestra vida de fe.

No podemos permitirnos quedarnos en silencio en medio de un mundo que necesita desesperadamente escuchar el mensaje transformador del Evangelio. Debemos levantar nuestras voces con valentía y convicción, proclamando el amor redentor de Cristo a todos los que nos rodean.

Recordemos que, si nosotros como seguidores de Cristo nos callamos, las piedras podrían estar cumpliendo la tarea de proclamar su gloria en nuestro lugar. Los inconversos, las crisis y las catástrofes podrían convertirse en testigos silenciosos de nuestra negligencia y falta de compromiso con el Reino de Dios.

Pero no permitamos que esto suceda. En lugar de eso, abracemos el llamado de Jesús a ser sus testigos en el mundo, llevando la luz del Evangelio a lugares de oscuridad y desesperanza. Que nuestras palabras y acciones reflejen el amor y la compasión de Cristo, atrayendo a otros hacia su gracia salvadora.

El mundo espera ansiosamente escuchar la buena noticia de la salvación. No dejemos que las piedras hablen en nuestro lugar. En su lugar, seamos portadores de la verdad y el amor de Cristo, transformando vidas y glorificando a Dios en todo lo que hacemos. Amen.

© Franklin riera. Todos los derechos reservados.

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