En las manos alfarero

Los profetas acostumbraban acompañar sus mensajes con actos proféticos que, de alguna manera, ilustraban sus enseñanzas. Jeremías hizo varios actos proféticos, pero quizás el más memorable es el que hizo en la casa del alfarero.

Jeremías escuchó la voz de Dios que le decía: «Levántate y desciende a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras» (18:2). Al llegar allí, el profeta vio al alfarero de la vecindad que estaba trabajando en el torno.

El torno de alfarero

El torno de alfarero es una máquina que tiene una superficie redonda y plana (también llamada la «platina») sobre un eje que la hace girar. Sobre la platina, el alfarero modela o tornea el barro con las manos mojadas en una substancia llamada «barbotina» (una pasta con alto contenido de agua). El artesano moldea el barro por medio de apretones y estiramientos.

En la antigüedad, el torno era movido por el pie del alfarero, que actuaba sobre una pesada rueda de madera. Esto le daba al sistema suficiente inercia para girar constantemente a pesar de la presión y el freno que ejercía el alfarero sobre el barro.

Mientras el profeta veía al alfarero trabajar, notó que la vasija le estaba saliendo mal (vers. 4). Entonces, usando el mismo barro, el alfarero unió la masa y volvió a empezar. Esta vez, la vasija quedó bien y el alfarero pudo colocarla en el horno (vers. 5).

Dios volvió a hablarle al profeta

En ese momento, Dios volvió a hablarle al profeta, diciendo: «¿No podré yo hacer con vosotros como este alfarero, casa de Israel?, dice Jehová. Como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mis manos, casa de Israel.» (vers. 6).

Ese día el pueblo de Judá comprendió el mensaje que Dios le había dado a Jeremías. Dios no deseaba destruir a su pueblo. Del mismo modo que el alfarero podía hacer otra vasija de la misma masa de barro, Dios quería darle una nueva forma a su pueblo. Como el alfarero no desecha el barro, Dios no deseaba desechar a su pueblo.

Dios desea que su pueblo comprenda que ha pecado y que, arrepentido, regrese a la comunión con Dios. Dios no desea destruir a su pueblo, como tampoco desea substituirlo por otro pueblo. Dios desea darnos una forma nueva, un camino nuevo, un futuro nuevo.

Lamentablemente, el pueblo de Judá no cambió sus caminos y terminó oprimido por los babilonios. El liderazgo político, cívico y religioso fue deportado a Babilonia, donde fue encarcelado en campos de concentración. El liderazgo militar fue asesinado. Pasaron varias décadas antes que el pueblo judío pudiera volver a su tierra.

Lamentablemente, muchas personas hoy leen este pasaje como una pieza arqueológica. Lo ven como una reliquia del pasado, que habla de las tribulaciones del antiguo pueblo de Israel. No piensan que tiene pertinencia alguna para sus vidas.

Yo les propongo otro camino. Leamos este pasaje bíblico como lo que es: palabra de Dios para nosotros hoy. Dios le dice hoy a nuestro pueblo que debe mejorar sus caminos y sus obras si quiere un futuro de paz y prosperidad. Por mucho tiempo nos hemos amparado en la idea de que «nada malo nos puede pasar». Mientras tanto, el crimen arropa nuestra tierra, derramando la sangre de personas inocentes.

Basta ya; basta ya de usar el nombre de Dios en vano para justificar nuestros excesos. La corrupción tiene un precio muy alto. La crisis de valores que carcome nuestro pueblo nos está matando a plazos cómodos. Si no cambiamos nuestros caminos, enfrentaremos el juicio de Dios.

Conclusión

La buena noticia es que el juicio de Dios no destruye, sino que transforma. Dios no quiere destruirte, sino que quiere darle una vida nueva.

Dios no quiere destruir a la iglesia, sino que quiere transformarla en una comunidad de fe vibrante que bendiga a toda nuestra comunidad tanto con sus palabras como con sus obras de misericordia.

Dios no quiere destruir al pueblo, sino que quiere darle un nuevo futuro, en el nombre del Señor. AMÉN.

© Pablo Jimenez. Todos los derechos reservados.

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