Una Tormenta en una Noche Calmada

Note como en esta historia esta tormenta logró varios objetivos: no solo debilitar física y moralmente a los discípulos, sino hacerles poner en duda su fe, debilitándoles hasta llevarles a exclamar: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” v. 38. Literalmente ellos acusaron al Maestro de no preocuparse por lo que estaban enfrentando. ¿Pero por qué esta duda? Ellos habían visto tantas veces al Señor obrar milagros y maravillas. Ellos habían visto el rostro de Jesús conquistando cada situación. Pero ahora se enfrentan a una gran tormenta y tienen miedo. ¿Por qué ellos llegaron a ese momento de pánico colectivo? Pues se olvidaron del Salvador y se enfocaron en el problema. Comenzaron a ver las olas y el gran viento, como actuó Pedro también, y no vieron al Señor Omnipotente. La debilitada fe de los discípulos con la llegada repentina de la tormenta no es ajena a los discípulos de este tiempo. No han sido pocas las ocasiones cuando le reclamamos también al Señor, diciendo: “¿No tienes cuidado que perecemos?”. Hay momentos cuando al no ver salidas de nuestra crisis, decimos: “Si el Señor quisiera no me dejaría pasar por esta prueba”. Nosotros también reclamamos.

3. Trayendo un inmenso miedo v. 38b.

Mire este contraste. Mientras los discípulos están aterrorizados, Jesús está profundamente dormido. Los estudios biblicos y sermones cristianos nos enseñan que la desesperación se apoderó del grupo. El temor a morir ha provocado un pánico colectivo. Así que la cara de miedo y terror era evidente en todos. El grito más notorio era: ‘Perecemos, perecemos’. Y frente a esto, ellos buscaron al que consideraban causante de tal situación. ¿No fue acaso Jesús quien les dijo que subieran y viajaran a la otra orilla? ¿No lo habían dejado todo por seguirle? Otro objetivo de las tormentas repentinas es crear un estado de ansiedad, muchas veces caracterizado por un miedo a perderlo todo, incluyendo la vida misma. Esos momentos vienen acompañados de un sentimiento de soledad también. Los estudios biblicos y sermones cristianos nos enseñan que los discípulos se sintieron solos aunque con ellos estaba el que tenía la autoridad de reprender a los vientos. Pero aquí es cuando debemos recordar que si los tiempos se nos hacen difíciles, Cristo está absolutamente comprometido con nosotros. ¿Le era indiferente al Señor la tormenta? ¡No! Pero Cristo esperaba que su hijos confíen que él está allí. No hay necesidad de temer si Jesús nos dice: “Pasemos al otro lado”. Él nunca nos dejará solos.

III. HAY TORMENTAS QUE TRAEN LECCIONES RENOVADORAS

1. Las tormentas pasan rápidamente v. 39c.

Esta historia nos revela una verdad útil: las tormentas no duran para siempre. En algunas localidades de este país y el mundo, como en el Mar de Galilea, una tormenta puede venir en cuestión de minutos y lanzar su furia en torrentes de lluvia, relámpagos y truenos, pero pronto desaparecen. Si bien es cierto que muchas de ellas dejan su destrucción a su paso, al final todo vuelve a la calma. Fue Pablo quien nos habló que las tribulaciones (tempestades), son “leves”, “momentáneas” (2 Cor. 4:17, 18). En el caso que nos asiste, los discípulos hicieron bien en despertar a Jesús. Él es el Señor Soberano que puede poner control a lo repentino (v. 41). Y al oír su autoridad ellos se sintieron abrumados por lo que habían visto. Ahora tienen un temor reverencial. Habían visto a Jesús que con una palabra, el viento y las olas le obedecieron. Supieron en ese momento que él puede “bozalear” a la tempestad y traer a la calma cuando todo está fuera de control. El barco que lleva la salvación al mundo jamás podrá hundirse. Esa la promesa para la iglesia y sus creyentes.

2. Hay que creer la palabra del Señor v. 35.

Nadie más puede cumplir las promesas que el Autor de la Palabra. Los discípulos aprendieron la lección de la credulidad. Si bien es cierto que su fe fue sometida a prueba, al final tuvieron que preguntarse: “¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” v. 41. Con esta pregunta los discípulos pusieron en evidencia que no hay diferencia entre las palabras y los hechos de Jesús. ¿Qué es lo que revela todo esto? Que si bien es cierto que las tormentas hunden nuestra “embarcación”, y que en no pocas ocasiones sentimos que nuestra fe y nuestras fuerzas desmayan, hay una palabra que ha sido dada y que al final se cumplirá. Cuando Lázaro murió sus dos hermanas se llenaron de incertidumbre y hablaban de una posibilidad remota para la resurrección de su hermano, por cuanto sabían de esta promesa futura. Pero al final ellas descubrieron que la promesa de la resurrección no solo era para el futuro, sino para ese momento porque allí estaba el que dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn. 11:25). Jesús está en la misma barca de nuestras vidas y nos acompaña a la otra orilla, “¿de qué he de atemorizarme?” (Sal. 27:1).

CONCLUSIÓN:

Las tormentas son inevitables. Esta historia nos muestra que es andando con Jesús cuando más rápido vienen a la vida. El impacto de una tormenta (prueba en todo caso), es quitarnos la paz y hacer que se hunda nuestra barca. Es golpearnos hasta que perdamos la fe. Pero lo que estamos convencidos es que si las pruebas nos golpean, Jesús está pasando con nosotros hasta la otra orilla. Y la lección de esto es que cada vez que nos enfrentamos a una tormenta, nos volcamos para “despertar” al Señor; por lo menos esto fue lo que hicieron los discípulos en aquella hora. Hay personas que enfrentan sus tormentas solos y casi siempre se hunden.

La diferencia con nosotros es que si las tormentas nos golpean contamos con un salvador que nos auxilia siempre. Cuando esto hacemos el Señor se levantará y le dirá a la tormenta: “Calla, enmudece”. Y el resultado de esto será que al final de aquella prueba se hará “grande bonanza”. Amados, el Señor no nos dejará perecer. Es cierto que nuestra vida terrenal es temporal, porque tenemos una vida eterna, pero no es cuando la tempestad quiera destruirnos, sino cuando el Señor decida llevarnos. Mientras tanto hay una misión que debemos cumplir. El barco que lleva la salvación no puede hundirse. Toda tempestad es reprendida por el Señor.

Julio Ruiz, Pastor
(571) 251-6590

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