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Decídete por el fracaso o por el éxito

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Filipenses 3:13-14

“…Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús…” (Filipenses 3:13-14).

Todos los seres humanos nacimos con las potencialidades para vencer. Por supuesto, la pecaminosidad heredada de Adán, nos llevó a percibir el fracaso como algo previsible. No obstante, al recibir la libertad por la muerte sacrificial del Señor Jesús y su resurrección, recobramos esas potencialidades.

La derrota anida ante todo en el corazón. No es algo que lo determinen las circunstancias reinantes porque, contrario a lo que usted pueda pensar, fuimos llamados a sobreponernos a las condiciones difíciles.

Por esta razón no está mal afirmar que cada quien determina si se somete al fracaso o se levanta, a pesar de los momentos dificultosos que salgan al paso, y emprende el camino a la victoria.

¿Qué determina el éxito y la victoria?

Al interrogante respecto a qué determina el éxito y la victoria, es necesario ofrecer una respuesta sencilla y práctica: la perseverancia.

Esta disposición a perseverar es fundamental en todas las áreas de nuestra vida.

En cierta ocasión y refiriendo los momentos difíciles que experimentarían sus seguidores al final de los tiempos, el Señor Jesús dijo: “Más el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:13).

No se trata de un asunto trivial sino por el contrario, de algo trascendental. Allí se marca la diferencia: renunciamos ante los primeros tropiezos o, por el contrario, seguimos adelante, ascendiendo los escalones hacia la cima del éxito y la victoria.
Determinados a vencer.

Si hemos tomado consciencia de nuestra condición de vencedores en Cristo Jesús, podemos repetir lo que el apóstol Pablo escribió en su carta a los cristianos del primer siglo en Corinto: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Corintios 2:44).

Observe con cuidado que –quien nos lleva en triunfo—es Cristo Jesús. No somos nosotros en nuestras fuerzas y capacidades, sino Él. ¿Qué hacer entonces? Avanzar tomados de Su mano. Él nos concede la victoria.

Aún así, los problemas no dejarán de aparecer. Son propios de la cotidianidad. Pero nosotros estamos llamados a sobreponernos. A asumir el papel protagónico que nos corresponde, en nuestra condición de creyentes. “Si Jesús es más poderoso que el que está en el mundo, yo como su discípulo soy beneficiario directo de Su poder”, podemos repetirnos una y otra vez.

El apóstol Pablo sabía que la victoria no era algo instantáneo sino que obedecía a la perseverancia. Bajo éste convencimiento escribió: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14).

Usted es un vencedor. Convénzase de eso. Piense como ganador. Deje de mirarlo todo alrededor desde el prisma de quien no ha tomado todavía conciencia de lo que es en Cristo Jesús: además de una nueva criatura, usted es alguien llamado a tener la victoria en todo camino que emprende.

Un Fuerte Abrazo

© Jorge Altamirano

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