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Los dos ancianos del asilo

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Don Cesar y Don Miguel, dos ancianos muy conocidos en aquel hospicio tuvieron una conversación muy amena un día antes de la partida de don Miguel.

Miguel le preguntó: Cesar, ¿tu qué piensas de la vida? ¿Qué te ha enseñado en todos estos años?

Don Cesar le contestó mientras miraba sus manos: mira estas manos ayudaron a tantas personas cuando yo era un experto joven cirujano, y con los 40 años que trabaje de manera continua y entregada, se me fueron los años dedicándome al trabajo más que a otra cosa, no hablaba de otra cosa más que de mis habilidades, sobre mis propias técnicas quirúrgicas que yo había modificado, y fue después de ese derrame cerebral que tuve que abandonarlo todo.

He sentido que los años han pasado como que fueran meses, me sentía aún como aquel joven que fui pero rodeado de un cuerpo que estaba lleno de dolores y achaques de mi edad que me costaba entender, no puse importancia en los detalles de la vida, mi tarea era hacer el dinero entre más ejercía mi carrera, era algo anormal, no tenía límites en mis labores, recuerdo cuando mis enfermeras me decían: Don Cesar “tómese unos días de vacaciones con su familia, Ud. trabaja demasiado.”

Nunca les quise escuchar, ahora estoy aquí en estas cuatro paredes, veo ese reloj de pared, me pongo a escuchar su segundero y espero cada día el momento de partir, no es lo que yo pensé que terminaría mi tiempo de viejo, jamás lo imagine, ahora veo las plantas, deseo regarlas y no me dejan hacerlo.

Pues mis hijos que pagan todo mi servicio aquí en este lugar, me sobre protegen, me vienen a ver casi cada mes, yo anhelo sus rostros, pues en mi juventud, casi no los veía por causa de mis muchos quehaceres, jamás pensé que llegaría a viejo, que las canas me rodearían y que las arrugas me abrazaran.

La voz con más debilidad que nunca, a pesar que tenía un timbre fuerte, ahora mi cuerpo me anuncia que estoy cerca de la hora, veo como mis compañeros de hospicio fallecen de sus diferentes causas y yo me pregunto ¿cuando será mi día? Y tu Miguel, ¿cuál ha sido tu experiencia? don Miguel se acomodó en su silla y saco un pañuelo, se sacudió su nariz y dijo:

Pues me di cuenta que a medida pasaba el tiempo muchas cosas dejaron de tener ya valor para mí, los juegos, las fiestas, porque ya no podía mover mis articulaciones, aunque algunos a esta edad presumen mucho y terminan fracturados y allí se dan cuenta que nuestros huesos son porosos, ya no tenía tiempo para nada, de manera que todo aquello que tanto anhele como ser el prestigio y dinero al llegar a la edad de poder tenerlos fue allí donde comenzó mi calvario, todo después de mi cirugía de corazón abierto que me practicaron.

Fue allí desde ese tiempo que ya mis hijos y nietos no me dejaron hacer nada más, sin embargo encontré que al tener mis ojos aún bueno de todo lo que hay en mi cuerpo, este libro maravilloso me lo he leído casi 5 veces desde que estoy aquí, este es un gran refugio y donde he aprendido que estás canas tienen un alto precio, aprendí que la vejez y la muerte no es el fin del camino, supe que aunque perdí parte de mi vida en placeres mundanos, ahora sé que mi redentor vive, ese es mi gran consuelo, mi mayor aliciente de poder vivir y dar aún aunque sea mis consejos a mis nietos cuando vienen, no es fácil estar aquí, pero me hubiese gustado estar en mi hogar, en la casa que yo edifique, en el patio grande que llenamos de flores con mi amada y fallecida esposa hace 1 año, ella estaba en otro lugar por sus problemas mentales, no ha sido nada fácil ver la vida desde aquí.

A esta edad me di cuenta que nadie te pone atención, dices algo y a nadie le importa lo que puedas pensar o decir, es un mundo prácticamente diferente, y lo peor del caso es que ellos los que hacen esto les tocará vivir también lo mismo, pues lo que hacemos eso nos volverá a nosotros y a veces viene con intereses.

Como te dije Cesar, en este libro he encontrado una razón de vivir y cuando leí en ese Salmo 23 esa parte que dice: “…aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno…”

Eso es ahora real en mi, sé que aunque no hice lo que debo hacer bien antes al menos ahora puedo sentir esa paz, una paz inmensa (Filipenses 4:7), pero aunque me siento como aquel ladrón a la par de Jesucristo en la cruz, que al último momento se fue a la gloria a pesar que había malgastado su vida pero tuvo esa oportunidad de reconocer su maldad y transgresión y allí en ese momento Jesús el dueño de la vida le dijo: “…En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso…” (Lucas 23:43), eso me da una esperanza, pues perdí el tiempo, no pude tener ese chance de compartir de Jesús con otras personas, de hablar de sus maravillas en mi vida, de lo bueno que es Él.

Ahora que estoy en este túnel sin opción a regresar atrás, ahora puedo ver la imperiosa necesidad de hablarles a otros de Jesús, de predicarlo, de enseñarlo, es una sensación maravillosa, que si yo estuviera autorizado para salir en mi silla de ruedas por las calles, proclamaría ese nombre que es sobre todo nombre. Pues cuando se que muchos allá afuera se están drogando, se están pervirtiendo, están perdiendo demasiado jóvenes sus vidas o siendo apagadas sus vidas por jóvenes inescrupulosos, eso me hace sentir impotente.

En ese momento Don Cesar estaba con sus ojos con lágrimas y le dijo: No Miguel, no necesitaste salir a hablar de Jesús, esas palabras necesitaba escucharlas yo, yo deseo eso que tú tienes, pues a mí edad Miguel, solo la muerte es lo más seguro pero no siento esa paz que tú sientes y se te nota que eres feliz.

Don Miguel le extendió la mano a Don Cesar y le dijo: ¿quieres experimentar esa paz que yo tengo Cesar? El asintió y Don Miguel Le preguntó: Deseas rendir tu vida a estas alturas que no te queda nada y no tienes nada que dar, darle a Jesús tu corazón pues Él dice: “…he aquí estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y abre la puerta entrare en el y cenaré con él y el conmigo…” dice en Apocalipsis 3:20. Ese es tu último llamado Cesar, o lo tomas o lo dejas, no hay más tiempo.

Don Cesar se arrodilló y tomado de la mano con Don Miguel y dijo con su voz entrecortada: Jesús, Dios mío, entra a mi vida y perdóname de todos mis pecados, quiero estar contigo para siempre. No me dejes solo, te recibo, te abro la puerta de mi corazón y vive en mi hasta la eternidad.

Al abrir los ojos Don Miguel, le dijo: ¿sabes que hoy en este momento hay fiesta en los cielos? (Lucas 15:7). Eso es porque tú te arrepentiste y le recibiste al hacedor de tu vida y la mía. Ten toma este libro que te ayudara en gran manera.

Don Cesar le dijo: ¡no Miguel ese es tuyo!

Miguel le dijo: he cumplido, ahora es tuyo.

Don Miguel amaneció en su cama de aquel hospicio muerto y con una sonrisa que todos dijeron: este hombre se fue Feliz y Don Cesar dijo: este hombre hizo la voluntad De Dios, me guío a mi a Jesús, ahora yo tengo esa responsabilidad que Miguel me dejó, hablar de Jesús a otros con este libro que instruye a los indoctos y los hace sabios, pues aunque fui un gran cirujano para todo el mundo, nunca había visto la esencia de la vida, de haberlo sabido, jamás hubiera cometido los errores que cometí operando por operar, sin siquiera orar por mis pacientes, pensando que yo era el mejor y más importante cirujano que ellos habían buscado, ¿cuantos hubieran respetado y buscado más a mi Señor Jesús? si yo no me hubiera avergonzado, ¿cuantos me hubieran preguntado más de Jesús en mi gran posición que yo tenía?

Me di cuenta tarde que esa posición privilegiada que yo tenía debía haberla invertido en su reino, y que no solo fuera reparador de cuerpos, sino un reparador de almas, pues muchos se fueron frente a mi sin esperanza, y no pude ofrecer más que el bisturí y nunca me di cuenta que quien en verdad guiaba ese bisturí eras tú oh mi Señor.

Don Cesar, un gran cirujano vascular, falleció en aquel lugar de ancianos donde en sus últimos días de vida vivió tan feliz y muy jocoso que era el que daba la meditación cada tarde a todos los ancianos de ese lugar.

Los extremos de la vida son muy frágiles, cualquier desperfecto puede pasar en esta etapa, en la cual hay tanta sabiduría pero no hay fuerzas para poder transmitirla ni jóvenes deseosos de escucharla, por su falta de entendimiento de la vida.

La vida es un regalo de Dios, no esperemos el extremo, pues solo a Él le place a quien le da ese derecho por su infinita bondad, así que vivamos cada día al máximo en Jesús.

Dedicado a todos los ancianos de nuestro país.

© Dr. Mauricio Loredo

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