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Llénate de luz

Devocionales Cristianos… Mensajes Cristianos

Cuando creemos que somos buenos y que todo lo hacemos perfectamente bien, estamos navegando dentro de la oscuridad y por tanto no podemos ver nuestros propios defectos.

Es por esto que debemos ir a la luz, para descubrir que tenemos muchas cosas que mejorar, y cuanto antes comencemos el proceso de rectificación, tanto mejor será.

Nuestros ojos deben estar bien abiertos para dejar entrar la luz que nos hará ver lo que se debe cambiar y mejorar. Hay quien dice: “Los ojos son el espejo del alma”, porque a través de ellos se puede apreciar diferentes estados de ánimo de las personas e incluso, los hombres de ciencia detectan buena o mala salud por la expresión del iris de los ojos.

Pero sólo dejando que la luz nos ilumine, es que podemos corregirnos y andar en lo adelante en buenos pasos. El que hace el bien, quiere estar en la luz, mientras que el que sabe que hace el mal, prefiere andar en tinieblas para que no se note lo que mal hace. Jesucristo fue muy preciso cuando dijo:

La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas. Lucas 11:34.

Efectivamente, la luz viene a descubrir todo lo que se ve mal y en muchos de los casos, lo que no queremos que se vea, porque lo consideramos un defecto, cuando superamos la situación, entonces ya no hay por qué huirle a la luz; sino por el contrario, buscarla para cada día ser realmente más bellos. Sin la luz, todo parece hermoso; pero qué tal cuando la luz nos descubre.

Cuenta una fábula que una noche muy oscura una lechuza, que sin dudas es uno de los animales más feo que he conocido, asistió a un baile en un gallinero.

Sabiendo lo poco agradable que era su rostro; pero aprovechando la falta de visibilidad, a su llegada a la puerta, le dijo al gallo que estaba de portero: -¿Te puedo pedir un favor?- a lo que el gallo contestó:

-Mande usted, que yo cumplo- Entonces la lechuza se le acercó al oído y le susurró: -Tan pronto veas que va a amanecer, me lo haces saber, porque tengo un compromiso que no puedo eludir-. El gallo asintió con la cabeza y la lechuza pasó al baile confiando que su horrible rostro no sería visto y que pasaría la noche como un gallo más en el gallinero.

Una vez dentro del gallinero, su blanca pluma resaltaba en la oscuridad y las gallinas se preguntaban unas a otras: quién era ese galán vestido de traje blanco y corbata carmelita. Todas querían bailar con el gallo más elegante y apuesto del gallinero, que no era otro que la lechuza, que aprovechaba su momento, cuando la luz no podía señorear en él.

Bailaba y bailaba; soltando a la gallina jamaiquina y tomando la gallina fina y después a la pollona joven. Bailaba sin descanso como el que disfrutara una noche inolvidable; pero de cuando en cuando el temor de ser descubierto, cuando apareciera la luz, lo preocupaba y para sentirse tranquilo le preguntaba al portero: -¿Mi compadre ya es de día?- a lo que éste respondía: -No, todavía-. Entonces él agregaba: -Pues que siga la rumba.

Y así, cada vez que le parecía que el día se acercaba, se repetía el mismo diálogo:

-¿Mi compadre ya es de día?.

-No, todavía.

-Pues que siga la rumba.

Los gallos, que habían sido desplazados por la lechuza convertida en el más solicitado de ellos, se llenaron de celos y comenzaron a formar pequeñas reuniones, llamándole grandemente la atención; la preocupación del intruso, en el advenimiento del día. A uno de los gallos, el más astuto, se le ocurrió la idea de que el portero no advirtiera al desconocido de la llegada del día, para ver cuál era su propósito, y así lo hicieron.

Llegó el día y la lechuza preguntó:

-¿Mi compadre ya es de día?.

-No todavía.

-Pues que siga la rumba.

Entonces los gallos ordenaron abrir la puerta del gallinero y al entrar la luz, todos vieron que aquel apuesto gallo vestido de blanco y corbata carmelita, no era otro que una lechuza, que salió de allí, con su traje rojo a consecuencia de la sangre provocada por el pico y los espolones de los gallos más guerreros.

Mi querido amigo, como vez, ni las cosas ocultas, ni la oscuridad son buenos consejeros. Llénate de luz, para que andes en la verdad y verás como todos los defectos serán superados.

Dedico este artículo a mi maestro de segundo grado, Raúl García, quien con tanto amor, nos contaba la fábula de la lechuza, cuando algún estudiante ocultaba la verdad.

© Antonio J. Fernández. Todos los derechos reservados.

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