Cómo recuperarse del desgaste emocional

a) “Está mi alma hastiada de mi vida”. En otras versiones bíblicas dice: “estoy cansado de la vida” o “estoy cansado de vivir”. Vemos en estas palabras como su alma está sumergida en un dolor o decepción tal que no cree en un mejor futuro. Su fe se ha venido abajo y no quiere ahora la vida. Su estado de ánimo está mal y no ve los beneficios y bendiciones de la vida.

b) “Daré libre curso a mi queja”. Otras versiones de la Biblia nos dicen: “dejen que desahogue mis quejas”. Aquí la palabra “queja” se traduce del término hebreo “siakj” que además significa: congoja (angustia – carga), es una meditación (sobre su dolor).

A veces pensamos que no podemos hacer esto, es decir, que como cristianos no podemos expresar nuestras frustraciones delante de Dios, o que no es correcto contarle al Señor nuestras decepciones, pero la verdad es que Dios si espera que seamos sinceros delante de él, y como Padre quiere escuchar la situación de sus hijos.

c) “Hablaré con amargura de mi alma”. En estas palabras vemos que su alma estaba llena de amargura. Ya que no comprendía la pérdida de sus hijos, la pérdida de su patrimonio e incluso la pérdida de su salud, la amargura era ahora su refugio.

La amargura es una raíz que genera muerte poco a poco, es un veneno que quita la vida paso a paso. Es un veneno que sale por la boca, pero tiene su morada en el corazón, y que se refleja en el rostro y en el diario vivir. La amargura utiliza las palabras para contagiar a otros con su veneno.

Se puede dar lugar a la amargura cuando no se pone en las manos de Dios las crisis, cuando no se depositan en Cristo las cargas, cuando no se logra confiar en él a pesar de todo. Cuando cuestionamos la obra de Dios y creemos que él se ha equivocado y no ha hecho lo correcto, el enojo empieza su obra en el corazón dando lugar a la raíz de amargura.

Las malas emociones generan enojo, amargura, deseos de venganza, miedo, vergüenza, angustia, y no podemos ser vasijas de estas cosas, pues somos templo del Espíritu Santo de Dios.

Cuando estas malas emociones se acumulan llega el momento en que la persona explota haciéndose gran daño a sí misma y también lastimará inevitablemente a otros, quienes son por lo general su familia.

La solución no es quejarnos, ni enojarnos, tampoco castigarnos a nosotros mismos, ni culpar a Dios; lo que debemos hacer es ir a la presencia del Señor, abrir nuestro corazón y expresarle con reverencia y sinceridad lo que nuestro corazón está viviendo y sintiendo, para permitir así su poder sanador en nuestra alma, pues Jesús vino a sanar a los quebrantados de corazón.

Sacar todo esto de nuestro corazón nos permitirá experimentar reposo, descanso y paz, pues incluso el buen dormir nos ayudará a recuperar fuerzas físicas y estabilidad en nuestra salud.

3) Acepta la oración y la ayuda de otras personas. 1 Tesalonicenses 5:11.

Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis”.

La Biblia nos enseña que Dios mira de lejos al altivo y soberbio. Por lo general pensamos que el orgulloso y soberbio siempre habla fuerte y de manera áspera, pero la verdad es que el orgullo se esconde también detrás de una voz suave y melodiosa.

El corazón sólo lo conoce Dios, y muchas veces actuamos guiados por nuestro orgullo. Por eso vemos que hay personas que no aceptan la oración de otros; o no reciben la predicación de cierta persona porque no cumple con sus parámetros personales; o deciden no servir en la iglesia local porque tienen un concepto equivocado de lo que es el servicio a Dios, entre otras cosas.

A veces no aceptamos la ayuda de otros porque somos autosuficientes, y creemos que todo lo sabemos y que todo lo podemos. Hasta que Dios en la vida misma nos va enseñando que necesitamos de las otras personas, como cuerpo de Cristo somos miembros los unos de los otros y nos necesitamos mutuamente; para esto es fundamental un corazón humilde. El mismo Señor Jesús por ejemplo, vivió esto cuando abrió su corazón frente a sus discípulos compartiendo con ellos su tristeza ante la proximidad de ir a la cruz:

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