Minimalismo cristiano

Dios no nos creó para poseer cosas. Debemos entender que la felicidad está en otros lugares.

II. Minimalismo y abundancia

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde los ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” Mateo 6:19-21

Algunos se preguntarán, ¿Sí Dios nos promete abundancia, esto es contradictorio con el minimalismo? No.

Debemos distinguir entre el tipo de abundancia que nos ofrece Dios y el materialismo mundano. No son la misma cosa. Cuando pedimos a Dios prosperidad estamos hablando de necesidades reales y espirituales. Él se encarga de lo demás.

Éste mundo nos carga con preocupaciones que ni siquiera deberían existir. Ejercer un minimalismo cristiano consiste en seleccionar inteligentemente lo que nos rodea. No solo lo material, también las personas y el contenido que consumimos. Todos deben ser inspirados por Dios. Sí vemos que hay cosas cerca que no nos aportan espiritualmente, seamos sabios para alejarlas.

Nuestra abundancia se encuentra en los frutos del Espíritu Santo. Sembramos y cosechamos en amor. Cuando Jehová en su Palabra nos promete éstas bendiciones habla de vida eterna. Al pueblo de Israel no le fueron prometidas mansiones y lujos, sino una tierra que emana leche y miel. En realidad en eso es donde yace la verdadera conexión con Dios.

III. ¿Cómo empezar a adaptar el minimalismo como estilo de vida cristiano? (Santiago 1:21)

El minimalismo cristiano invita al ayuno y la oración como pilares fundamentales. Nuestros cuerpos y nuestra casa no necesitan saturarse de más cosas. El cambio debe empezar internamente, para después irse expandiendo.

¿En qué cosas pensamos que ocupan mucho espacio y edifican poco? Esta transformación comienza por lo más simple, los hábitos que componen nuestras vidas.

Cuando oramos y empezamos a accionar Dios se comunica con nosotros. Nos comienza a guiar sobre qué debemos apartar de nuestro entorno. Esto incluye desde objetos, ocio, personas y tipos de conversación.

La meta es andar ligeros, sabiendo que en nosotros habita la paz y la abundancia del Señor, no del mundo.

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