SAUL. El líder y la desobediencia

De este modo infringe el mandato de Dios en su apresuramiento carnal ofreciendo un sacrificio espiritual para el cual no fue designado.

La incredulidad, la desobediencia y luego la rebelión, parecen ahora enhebrarse en una maléfica combinación que llevará a Saúl a la apostasía y al consecuente abandono de Dios. No dudamos de la lógica desesperación ante la amenaza de los Filisteos. Era razonable. Sin embargo el dilema para Saúl se hallaba en saber “esperar sin desesperar”, saber descansar en fe a pesar de las presiones existentes. Todo líder espiritual tiene que aprender a confiar en Dios por encima de las circunstancias sin precipitaciones.
Saúl ha dado el primer paso en falso en su descenso. Ha abierto la puerta a la pérdida de su liderazgo por temor en incredulidad. Esto lo ha llevado a la desobediencia y a usurpar funciones ajenas. (1 Samuel 13:8–14)

La seriedad de este pecado tiene serias implicaciones espirituales. Es el mismo tipo de pecado en el que cayeron los hijos de Elí al profanar los sacrificios del Señor. Es el mismo tipo de pecado en el que cayó el rey Uzías tiempo más tarde al pretender ofrecer incienso en el templo de Dios. (1 Samuel 2:12–17; 27–34; 2 Crónicas. 26:16–20).

Saúl comete un pecado religioso, los cuales suelen ser los peores. Estos son de consecuencias más graves, puesto que en este desorden espiritual derivará a otra distorsión de tipo espiritualista al ir a consultar a una pitonisa en Endor.

Como nota lateral es de señalar que aún hoy día los espiritistas desean legitimar sus prácticas de adivinación y hechicería aludiendo a este evento sin ver la tragedia y locura que yace detrás de todo ello. (1 Samuel 28:6–7).

En su incredulidad y desobediencia su personalidad se distorsiona paulatinamente.

En medio de un conflicto bélico, impone una desubicada ley de ayunos que privaba a sus soldados de las fuerzas necesarias para librar la guerra. Decreta disposiciones que llevarían aún a su hijo Jonatán a ser condenado a muerte. La oportuna mediación del pueblo impidió semejante locura (1 Samuel 14:24–26, 43–45.)

Más tarde en su lucha contra Amalec lo vemos tomándose libertades en una nueva desobediencia al mandato de Dios. Este mandato consistía en erradicar totalmente a Amalec. (1 Samuel 15:1–3, 18). Quizá sea necesario dar un breve antecedente histórico en cuanto a Amalec.

Este era un pueblo nómada y esparcido en una muy vasta región. Diríamos que estaban en todas partes como la hierba mala (Deuteronomio 25:17–19). Eran primitivos con total desafecto al sentido humanitario. Eran descendientes de Esaú, el mismo que vendió sus derechos espirituales por un plato de lentejas (Génesis 25:30–34).

La perversión parecía correr en la sangre de este pueblo que llevó a la sentencia divina de erradicación. Siempre los pecados de inhumanidad y barbarie aparejan tarde o temprano la ruina de los pueblos. Amalec encarna proféticamente a las gentes con las cuales el Señor se encuentra en guerra de generación en generación (Éxodo 17:16).

Saúl era el encargado de llevar adelante esta sentencia de extirpación. Para ello reúne 210.000 hombres. Lograda la victoria no procede a la ordenada “erradicación”. Adopta la simpática y amigable postura de un magnánimo vencedor, que en la victoria se mostrará “más misericordioso y más práctico que el mismo Dios”.

Es de resaltar que también hoy tenemos líderes que evaden la confrontación que la Palabra de Dios reclama con la maldad, la injusticia y la responsabilidad profética, queriendo suavizar el choque de esta Palabra con las conciencias que deben ser despertadas para ser salvas. Inconscientemente quizá, se busca una amigable postura para “quitar el escándalo de la cruz” en aras de las buenas relaciones. Relaciones que quizá condonen cosas que son aborrecibles al corazón del Señor (Gálatas. 1:10; 5:11)

3. Consecuencias del pecado de Saúl

Así, Saúl perdona la vida de Agag rey de los amalecitas, guarda lo engordado y lo mejor de todo el ganado bajo el argumento de utilizarlo en los rituales de sacrificio al Señor. Pasó por alto que las cosas condenadas por el Señor llevan en sí la maldición y pretender guardarlas u ofrecerlas a Dios es ofrecer cosas maldecidas. Tal acción puso punto final a su reinado. Su liderazgo legítimo estaba terminado (1 Samuel 15:18–23; Deuteronomio 7:24–26).

En estas circunstancias Saúl quiso “guardar las apariencias” de un liderazgo que ya había perdido. Haciendo una confesión “obligada” de su pecado que ya era cosa inevitable, ruega a Samuel que le acompañe en las ceremonias de estado.

Esto fue algo que Samuel se negaba a hacer (1 Samuel 15:24–30). Saúl quiso mantener las apariencias de un liderazgo que ya no gozaba de la aprobación de Dios. Igual que con la iglesia de Sardis del Nuevo Testamento, se puede tener “apariencia de estar vivo cuando en verdad se está muerto.” (Apocalipsis 3:1).
Bajo la presión que ejerció Saúl, Samuel accede a acompañarle pero con corazón quebrantado, y lo hará por última vez. Ya que inmediatamente después, Samuel será guiado a buscar a un nuevo líder para el pueblo de Dios y Saúl no volverá a verlo más.

Paradójicamente parece ser que Saúl pierde toda noción de su verdadera condición. La Biblia registra que se erige un monumento en una extraña actitud buscando reivindicar algún mérito que ya no tenía vigencia. (1 Samuel 15:12).

En esta coyuntura Samuel establece una doctrina para las generaciones futuras cuando dice: “¿Se complace tanto el Señor en holocaustos y víctimas como el que se le obedezca a sus palabras; ciertamente el obedecer es mejor que sacrificios y el prestar atención mejor que la grosura de carneros…” (1 Samuel 15:22–23).

Saúl en su carrera descendente sigue experimentando cambios de personalidad que como un campo abierto se va cubriendo de malezas silvestres. Entrará a períodos de hipocondría, sentimentalismos enfermizos, y esquizofrenias paranoicas con impulsos asesinos. Estos males lo asediarán constantemente. En 1 Samuel 16:14 se declara que “el Espíritu de Jehová se apartó de él” y este vacío de Dios fue rápidamente llenado por un emisario del enemigo de las almas.

En una narración entrelazada vemos que David, el próximo rey que sucedería en el trono, aparece en escena como un asistente que debía servir para aliviar los delirios que sufría Saúl. (1 Samuel 16:21–23). Las cosas se desarrollan de tal manera que entre Saúl y David surgen tensiones por envidias y perturbaciones propias del enloquecido corazón de Saúl.

Por otra parte el pueblo comienza a ver en David un personaje más apto para el gobierno que Saúl y la proclama de este favoritismo descontrola totalmente a Saúl. (1 Samuel 18:6–9). En adelante, Saúl intentará matar a David varias veces y en diversas formas mostrando la demencia que acompaña a un líder cuando se deja extraviar por sus impulsos naturales y ya sin el control del Espíritu. (1 Samuel 18:10–11)

El espíritu homicida de Saúl se acentuará constantemente al punto que estos intentos se repetirían aún contra su propio hijo Jonatán. (1 Samuel 19:10, 15; 20:32–34).

Un líder que había comenzado bien y con grandes perspectivas de establecer una dinastía perdurable, cae por desobediencia anulando su propio liderazgo e hipotecando el futuro de su familia y de su pueblo. Su triste ocaso sobreviene cuando asediado por los Filisteos descubre que ha sido abandonado por Dios. Sobre los montes de Gilboa, en su soledad física y espiritual y sin sus tropas se suicida, culminando con su triste carrera en este mundo. (1 Samuel 31:2–1)

No podemos menos que especular con un cuadro de semejante desgracia.

Nuestro buen Dios y Padre, que es clemente y misericordioso, lento para la ira y grande en misericordia, ¿abandona a uno de aquellos que había servido como líder entre su pueblo? Según 1 Crónicas 10:13–14, entendemos que su final hubiera sido otro con un sincero arrepentimiento y consultando a Dios en lugar de acudir a una médium, espiritista. El deterioro de su carácter le privó esta capacidad de arrepentimiento. Salomón tiempo más tarde y probablemente sabiendo de estas cosas pudo decir: “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón porque de él fluye la vida.” (Proverbios 4:23)

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