Fe es testimonio

Y esta definición me dá pie para hablarte del segundo personaje que “alcanzó buen testimonio por su fe”, y que encontramos en el Nuevo Testamento.

Se trata de la mujer que tocó el manto de Jesús. Les invito a leer su historia en Marcos 6:24-34

A diferencia de los otros Evangelios, Marcos muestra a Jesús en acción, operando milagros y maravillas desde el inicio de su libro. Desde mi punto de vista, una manera sublime de presentar al ungido de Dios.

En medio de sus relatos, sobresale la historia de esta mujer, que en medio de una multitud, lo arriesgó todo, sobreponiéndose a todos, para alcanzar su sanidad.

“…por doce penosos años padeció de flujo de sangre y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, sin que nada le hubiese aprovechado, pues antes le iba peor…” (Marcos 6:25-26)

Interesante es que, cuando oyó hablar de Jesús, de cómo este varón “…ungido con el Espíritu Santo y poder, andaba haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él…” (Hechos 10:28), dijo para sí: “…si tocare tan solamente su manto, seré salva…”

Alguno podría pensar, ¿de dónde sacó esta mujer tal deducción? ¿Qué diferencia podría hacer un manto en su salud? A cualquier desprevenido, le daría la sensación de encontrarse ante la actitud de una mujer mística. Sin embargo, ella no era una mujer ida espiritualmente, sino una mujer desesperada.

En momentos de desesperación, la razón no sabe de lógica, sino de fe ciega y actos desorbitantes. En la caída de las Torres Gemelas, aquel 11 de setiembre de 2001, quedan vívidas las imágenes de gentes que se arrojaban al vacío, con tal de escapar del infierno del fuego de los aviones allí estrellados.

La tortuosa enfermedad que padecía, hizo a esta mujer lo mismo que le aconteció a los que saltaban al vacío desde las Torres.

Póngase por unos instantes en la piel de esta dama. Ud. sabe cómo muchas mujeres cambian de humor los días de su menstruación, además de la constante higienización que esto requiere (recuerde que no existían toallas femeninas ni ningún otro elemento higiénico como hoy).

Si era una mujer casada, su dolencia afectaba directamente su sexualidad. Si convivía en familia, seguramente su carácter se vería afectado, al igual que sus fuerzas, que por dolores abdominales, la haría mermar su actividad hasta ponerla de cama. Además, socialmente hablando, esta mujer era “paria” ya que era inmunda para la ley mosaica.

No lo dice el texto, pero pienso que esta mujer vivía con un cuadro de depresión galopante, hastiada hasta el extremo de su ánimo; sin aliento ni consuelo. Por esto no es de extrañar, que esta mujer se haya acercado a Jesús tan espontáneamente, en busca de auxilio.

Sólo le bastó saber que Jesús hacía sanidades que los médicos de esta tierra no podían lograr, y puso su fe en él. Así que finalmente, pudo poner su fé, en el único que tendría la respuesta para ella: el Señor! y al instante recibió su milagro!

¡Su fe le fue de testimonio ante Jesús, quien la sanó de forma inmediata y total¡

Interesante lo que Jesús le dice en el vers. 29: “…vé en paz y queda sana de tu azote…” (azotar.. garrotazo..)

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