¿A Quién Oramos?

 Las siguientes dos palabras “que estás”, están llenas de gloria y majestad. Ellas simplemente nos recuerdan que el Dios de quien somos y servimos existe. Nos revelan que hay un ser real detrás de todo lo que vemos, por lo tanto Dios no es producto de una simple imaginación. Nosotros no oramos a algo etéreo e impersonal. Nuestra oración es hecha a una persona que existe, que es real y con sentimientos propios. Hebreos 11:6 nos invita a creer que Dios no solo existe, sino que al hacerlo somos también recompensados. Así que nuestra fe se fundamenta en un hecho cierto: Dios es real. Si aceptamos que Dios “es”, entonces lograremos establecer todo el resto del andamiaje de nuestra fe y doctrina. De este modo, cuando oramos a Dios tenemos la certeza que él es el Padre que nos escucha y nos atiende como ningún otro padre. Así que nuestra tarea no es comprobar si él existe o no. Nuestro compromiso ahora es acercarme a él como su hijo, sabiendo que al pronunciar su nombre, mi oración será oída, pero también respondida. ¿Conoce usted a Dios de una manera personal? ¿Tiene la confianza de llamarlo “Padre nuestro” por cuanto es el único Dios que existe?

2. Un Padre que también es el gran YO SOY.

Amados, nuestro servicio es a un Dios que “es”. Esto es necesario decirlo porque el Dios en el cual creo no era o será algún día. No, mi Dios es aquel a quien Moisés conoció en la zarza que ardía sin consumirse, diciendo: “YO SOY EL QUE YO SOY” (Ex. 3:14). Él es el único que tiene auto-existente. El Dios eterno. Lo mismo fue ayer, hoy y lo será mañana (He. 13:8). Como bien lo describió el poeta: “Desde el seno de la aurora, tienes tú el rocío de tu juventud” (Sal. 110:3). Por cuanto Dios es el “YO SOY”, él continúa existiendo sin ningún cambio en el presente y no tendrá cambios en las innumerables extensiones de la eternidad. Por lo tanto, el Dios a quien llamamos ahora “Padre nuestro” no vive en el pasado, pero tampoco vivirá en el futuro, sin embargo siempre estará ahora como el eterno presente. Semejante afirmación teológica nos hará saber que nuestro Dios lo ve todo, lo sabe todo y lo comprende todo. Esto nos da la absoluta seguridad que al orar al Padre que es, Dios cubrirá nuestras necesidades. Hay, pues, poder en la oración al saber que mi Dios es el gran YO SOY. Él único que inclina su oído a mi más humilde oración.

III. ORAMOS AL PADRE QUE MORA EN LOS CIELOS. “… que estás en el cielo”.

1. El lugar de honor donde mora el Padre.

Jesucristo conoce muy bien el cielo porque de allí vino (Jn. 6:35). Nadie mejor que él para describir la belleza y la naturaleza de ese lugar; de manera, pues, que cuando la Biblia nos dice que nuestro Padre mora “en el Cielo”, nos está diciendo que Dios es el Padre ocupa un lugar de honor, gloria y poder. Note que Jesús se aseguró que nuestra oración dirigida al Padre pudiera tener esta ubicación. Es el cielo el lugar donde vive el Padre. Es de allí donde se tributa la más excelsa alabanza que todos los seres angelicales le rinden al Padre que mora en ese lugar. Es allí donde se han tomado las decisiones que dieron origen a todo lo que existe en la creación, lo que vemos y aún no vemos. Allí se determinó el plan de redención para el hombre. Entonces, por cuanto él está en el cielo, él está por encima de todos los males que este mundo enfrenta. Por cuanto él está en el cielo, el “Padre celestial” está en condiciones de dar respuesta a nuestras peticiones. Si él mora en el cielo con esa posición de gloria, es deber de los que moramos debajo, honrarlo y adorar su persona.

2. ¿Cómo acercarnos al Padre?

Debemos entrar en su presencia en completa humildad. La naturaleza del Dios Padre demanda esta condición. Él es santo tres veces, mientras que nosotros somos viles y pecadores. La única manera de entrar en su presencia es por medio de la sangre de Cristo (1 Jn. 1:7). Por tanto, es a través del nombre de Jesús que tenemos acceso al Padre. Esto nos dice que no oramos a Jesucristo, sino que lo hacemos al Padre a través del nombre que es sobre todo nombre (1 Tim. 2:5). Cuando oramos al “Padre nuestro”, lo hacemos con confianza, no dudando nada. El mismo Señor nos anima a entrar de esta manera, creyendo que lo recibiremos (Mt. 21:22). Pero sobre todo, debemos acercarnos al Padre en adoración. La oración que hacemos al “Padre nuestro” no puede estar desprovista de adoración. Con marcada frecuencia nuestras oraciones no expresan los más profundos sentimientos que sentimos por nuestro Dios y Salvador. Los salmos nos revelan que el salmista era un hombre de mucha oración y que la adoración y la alabanza están en primer orden en cada salterio. Note el salmo 100, por ejemplo. Acerquemos como Isaías en total contrición y adoración (Is. 6:1-8).

IV. ORAMOS A DIOS COMO EL PADRE DE TODOS. “Padre nuestro”

El Dios que es Padre de otros. Cuando Cristo les enseñó a sus discípulos a orar, diciendo “Padre nuestro”, se estaba asegurando que ellos evitaran la oración del egoísta. Como la oración del fariseo que primero le agradeció a Dios porque era una “mejor” persona que el publicano, y el resto de la oración siguió afirmando lo mismo. En esta declaración Jesús se aseguró que nuestras primeras palabras las podamos dirigir al Padre, que es la forma correcta de orar, pero que a su vez incluyéramos al prójimo. Note, pues, que Jesús no dijo: “Padre mío”, para que la oración se haga pensando más en mí que en los demás. El propósito del Señor es recordarnos que cuando oramos tenemos la responsabilidad de hacerlo como parte de una familia. Que tenemos el deber de orar los unos por los otros. Que nuestra mayor responsabilidad al orar es llevar las cargas los unos a los otros al trono de la gracia divina. Cuando Pablo habló de aquel caso donde un hermano fuera sorprendido en alguna falta, y al considerar nuestro papel de restaurar al hermano caído, pidió se que orara así: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Ga. 6:2). Es así como hacemos la petición del “Padre nuestro”.

CONCLUSIÓN:

Jesús, el Hijo de Dios, fue un hombre de oración. Él comenzó su vida orando. Se mantuvo en su ministerio orando. Y un día antes de morir en la cruz tuvo su más grande agonía y su más grande batalla en oración. Así que no fue sorpresa para sus discípulos encontrarlo orando. Ellos vieron la vida de oración de su Maestro, por eso la petición más grande que le hicieron fue: “Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos (Lc.. 11:1). Esta significativa petición trajo como resultado el llamado “Padre nuestro”. El más incomparable modelo de oración que se haya dicho y que nadie podrá usurparlo para otros fines. Lo primero que descubrimos es que por la forma cómo Jesús enseña acerca de su Padre, nos pone en evidencia que esta es la forma correcta cómo debe orarse.

Jesús no oró a alguna entidad o algo etéreo. Él oró al Padre ¿Qué significa para mí decir “Padre nuestro que estás en el cielo”? ¿Qué produce esta declaración de siete palabras? ¿Qué fue lo primero que quiso enseñarle el Señor Jesucristo a sus discípulos con esta introducción? ¿A quién oramos realmente? Oramos al Padre eterno. Pero oramos al Padre que está en el cielo, en un lugar de honor, honra y dignidad. ¿Necesita usted aprender a orar? ¿Siente que sus oraciones son un rezo? Descubra la bendición de orar, orando. Diríjase a Dios como su Padre y sienta el toque de un verdadero padre amoroso.

(571) 251-6590

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