Un padre tonto

Hay que recordar que este papá tenía dos hijos, uno le había salido malo y al parecer el otro era bueno. A simple vista esto es así; pero lo cierto es que el otro hijo, el mayor no era tan bueno como se creía, pues al enterarse de que su hermano había regresado se une a aquellos que criticarían a su padre por “consentidor”; nos dice que: “Entonces se enojó…” (vers. 28), él pensaba como muchos, que debía actuar con justicia, según él, pero lo cierto es que no estaba siendo justo, estaba siendo malo.

Posiblemente en su mente pasaba las imágenes en las que su padre pasaba las horas esperando a ese ingrato hijo; parecía ver claramente como su anciano padre oraba por aquel que lo había deshonrado.

Y ahora se da cuenta de que ese mismo padre que sufría por su hijo lo recibe como huésped distinguido como si nada hubiera pasado y se enoja decidiendo quedarse fuera de toda loca celebración; a manera de protesta silenciosa, decide no participar de tal festejo: “…y no quería entrar” (vers. 28).

El papá se da cuenta y sale a buscarlo “…y le rogaba que entrase” (vers. 28) ¿No que muy buen hijo? Ahí lo tiene haciendo sufrir a su padre. En realidad a él no le importaba su padre, lo que en realidad le importaba eran sus propios intereses.

Le reclama a su padre que él siempre ha sido obediente y que nunca le ha faltado al respeto, pero que de nada ha valido todo eso, pues nunca ha tenido un festejo como el que hoy le ha hecho a su hermano desobediente (verss. 29-30).

¿Es acaso que este papá tonto sea injusto?

Definitivamente no, es un hombre que trata con justicia a sus hijos. En el reino de Dios el concepto de justicia es muy diferente que en la tierra, pues mientras que para nosotros justicia tiene que ver con leyes, su cumplimiento y castigo, para Dios tiene que ver con dar a cada uno lo que necesita, no más ni menos sino lo justo, lo exacto.

Cuando el hijo menor pidió a su padre y éste accedió, el texto nos dice lo siguiente: “…y les repartió los bienes” (vers. 12), está hablando en plural, esto es que al hijo mayor también le toco su parte.

Ahora déjeme decirles que según la costumbre hebrea los hijos más chicos solo recibían un tercio de los bienes del padre, el resto era para el hijo mayor; luego entonces este enojado hijo había recibido más que su alocado hermano mayor.

El padre había cumplido justamente hacia sus dos hijos. Luego, el hijo mayor reclama que nunca ha tenido una fiesta como la que su hermano tiene y que nunca le ha dado algo para compartir con sus amigos (vers. 29).

Sin embargo la respuesta del papá refleja su sabiduría y justicia: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (vers. 31). Este hijo todos los días podía gozarse de la compañía de su padre y de su favor, cosa que el otro no había podido tener.

Ahora nuevamente es importante remarcar que el padre no está festejando la vida desordenada, ni la rebeldía del pasado de su hijo menor, sino más bien su regreso, su reencuentro, su cambio, su reconciliación.

El hijo mayor no disfrutaba de aquello porque no quería, pues todo lo tenía a su disposición. En ningún momento se nos deja ver que el padre le hubiera negado absolutamente nada, si no lo disfrutaba no era porque no lo tuviera, sino porque no quería.

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