Epístola a los Hebreos – Parte X

La ley no podía santificar al perdido, pero al llegar Cristo, ahora podemos tener la bendición de ser santificados a través de su sacrifico.

Jesús como el cumplimiento de la ley (verss. 11-14)

El autor finalmente nos dice, sobre este tema de Jesús como el cumplimiento de la ley y del sistema sacerdotal.

Mi amada gente, hay algo que debe ser dicho en esta parte final. Según era la costumbre, los sacerdotes jamás podían sentarse durante su trabajo debido a que nunca terminaba su servicio sacrificial.

Esto nos da una idea de por qué los sacrificios hechos por los sacerdotes no servían para perdonar los pecados, pues había que continuar haciéndolos siempre. Sin embargo, Cristo se ha sentado a la diestra de Dios indicando que su sacrificio fue ofrecido una vez para siempre.

Así concluimos que nuestro amado Cristo con un solo sacrificio —en contraste con los muchos sacrificios ofrecidos por los sacerdotes día tras día y muchas veces— hizo perfectos para siempre a los santificados.

Bendito sea su nombre, porque ahora “los santificados” tienen una posición “perfecta” en la presencia de Dios, a través de la muerte de Cristo. Así que, vivamos para Aquel que hizo un solo sacrificio por nuestros pecados.

La Sangre de Jesucristo Remitió Nuestros Pecados (verss. 15-17)

Mis amados hermanos, el autor de Hebreos cuando inicia un tema lo estudia hasta el final, de manera que el lector tenga una comprensión cabal del mismo. Estos versículos nos traen otra vez a los beneficios del nuevo pacto, donde cita lo que el profeta ya había dicho de él.

Así que, el texto es un testimonio que ha dado el Espíritu Santo para mostrarnos finalmente que el perdón, así como lo promete el nuevo pacto, nos sugiere que no hay más necesidad de ninguna ofrenda por el pecado.

La verdad más grande que nos deja esta Palabra, es que el Señor dice: “nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones”. Considero que esta es una de las doctrinas más grandes que un creyente debe entender y conocer. Con los sacrificios antiguos siempre se recordaban los pecados, pero ahora por medio del sacrifico de su Hijo, es el mismo Dios quien dice que no se acordará más de los pecados.

La razón para esto la expone el autor de esta manera (verss. 18-21)

Mi amada gente, hasta que llegó Cristo no había remisión de pecados. Los sacrificios no se terminaban, una y otra vez el sacerdote tenía que venir al altar para ofrecer la ofrenda o el sacrifico por ellos. Ninguno disfrutaba de una paz absoluta porque todos sus pecados habían sido perdonados.

Pero, cuando Cristo vino y murió por nosotros, y el velo del templo se rasgó en dos partes abriendo el camino nuevo; ahora sí, en efecto, ¡todos los redimidos tenemos la libertad para entrar al Lugar Santísimo por medio de su sangre!

Mi hermano ¿puede imaginarse semejante privilegio? Consideremos que solo un hombre con las más altas cualidades y llamamiento divino, podía entrar en ese lugar una vez al año. Aquel sitio era tan sublime, sagrado y santo, pues se trataba de estar en la presencia misma del Señor; así que, cuando el sacerdote entraba en tal lugar, tenía que llevar una cadena atada a su pie y unas campanas que indicaban que él seguía vivo ministrando allí.

Si por alguna razón el Señor lo hería y moría en ese lugar, lo halaban con la cadena pues nadie más podía entrar allí. Pero notemos que ahora, todo creyente tiene acceso al lugar Santísimo por medio de lo que el Señor Jesús hizo con su sacrificio y su sangre. Ahora Él está fungiendo como el Gran Sumo Sacerdote sobre la “casa de Dios”.

Mi preciosa gente, el saber que tenemos a nuestro muy amado Cristo en el cielo nos lleva a poder entrar allí con esta confianza. Así que, “acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”.

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